El fin último de un grupo o un individuo que abraza la causa terrorista es imponer una condición política a su adversario. El infundir miedo a una población, a través del acto terrorista, es un medio para alcanzar ese fin último que desean.
Siempre se ha reconocido, que, si bien las organizaciones terroristas cometen infinidad de actos criminales, en realidad nunca lograran obtener una victoria decisiva y final sobre sus adversarios. ETA no lo logro, tampoco lo hicieron el Ejército Republicano Irlandés, Sendero Luminoso, Hamas, o los Montoneros. El terrorismo era más bien considerado una técnica de combate que azota a una sociedad a los gobiernos que son blanco de estos ataques, pero que no ganará al final del día.
Una razón que explica lo anterior, es que las organizaciones terroristas no tienen una estructura organizacional que les permita operar con suficiente fuerza para ganar batallas importantes y consecuentemente imponer su condición política de forma decisiva al adversario. Es decir, sus estructuras son muy útiles y efectivas para operar en la clandestinidad y generar terror constante a través de sus actos—incluso traspasando las fronteras de su propia zona de acción— pero no tienen capacidad financiera, técnica y humana para derrotar a esos gobiernos que han elegido de adversarios. No es que no puedan tener esta capacidad, sino que la lógica del terrorismo es trabajar ya sea a partir de inspirar nuevos individuos (los llamados lobos solitarios) o con células que operen de forma descentralizada y casi sin nulo control del núcleo de la organización. Sin embargo, los hechos recientes en Afganistán parecen haber cambiado esta tesis y lo que es más preocupante es que muy probablemente influirán el rumbo en cómo se desempeña el terrorismo en el mundo.
La lección que dejan los talibanes parece ser muy contundente. Para derrotar a sus adversarios, los terroristas tienen que transitar hacia movimientos insurgentes o aliarse a estos grupos para tener mejores probabilidades de victoria. Ese ha sido el éxito de Al Qaeda, el Estado Islámico, Hezbollah y el Grupo Talibán, es decir, actuar y transformar su organización en aquella que sea capaz de alcanzar el poder y mantenerlo en el largo plazo. Para ello, tienen que dejar atrás la operación a partir de células clandestinas conformadas por pocos miembros que trabajan en red con otras células, a transformarse en grupos con estructuras formales, ordenes de batalla precisas y que logren reclutar a un número muy importante de adeptos (que incluso pueden superar a ejércitos regulares y formales de muchas partes del mundo) para alcanzar el éxito e imponerles una condición política a sus adversarios.
La primera década del Siglo XXI favorecía a aquellas organizaciones que se descentralizaban y se flexibilizaban y por eso el terrorismo empezó a tener tantos éxitos en sus operativos tanto en Estados Unidos, Europa y Asia. Pero la flexibilización y la descentralización está demostrando que solo te da una ventaja táctica. El caso talibán demuestra que lo que te ayuda para alcanzar los objetivos estratégicos son las lecciones que aprendieron en el S.XX y las lógicas de un grupo insurgente. Las técnicas de la revolución cubana o del vietcong, implementadas con conceptos modernos como la “la guerra entre personas” parecen seguir siendo muy útiles para alcanzar la victoria.
Por supuesto esto es muy peligroso para muchos países, ya que podrían transformarse rápidamente los diversos escenarios donde los terroristas actúan. Pero incluso estimamos que esta transformación también influirá en las organizaciones criminales que persiguen un fin económico. El mensaje es que para sobrevivir y tener éxito en el mundo criminal hay que actuar como un grupo insurgente.
Recomendación estratégica. Valdría la pena que el gobierno de México analizara detenidamente estos fenómenos. Desde nuestra perspectiva de inteligencia, observamos que las organizaciones criminales que han tenido más éxito táctico y estratégico para desafiar al gobierno mexicano a lo largo de muchos años han sido organizaciones que operan justamente de forma más parecida a una insurgente—y menos como una empresa criminal—. Como botón de muestra están el Cartel de Sinaloa y el Cartel de Jalisco Nueva Generación y eso podría inspirar o contagiar a otras organizaciones criminales para que sigan esa ruta que han trazado los talibanes.