El inicio de funciones de la Guardia Nacional significa el fin del mayor esfuerzo en seguridad realizado por el gobierno federal. El fin de la Policía Federal, que no debería de ser sorpresa para nadie, se encuentra bien fundamentada pese a la defensa airada de un grupo copioso de conocedores y exfuncionarios que la vieron nacer y ayudaron a sostener durante al menos dos sexenios.
La debilidad de las instituciones mexicanas permite y propicia su rediseño cada seis años, las promesas políticas y la necesidad de crear un sello único de cada administración llevan a un perpetuo cambio que en poco ayuda a la solución de los problemas que afectan a los ciudadanos.
Por ello la Guardia Nacional, al igual que su antecesora la Policía Federal, muy probablemente, en unas décadas, quede en las páginas de la historia como un cuerpo de seguridad que fue parte de un proceso de transformación institucional de la seguridad en el país, esto por el momento y pese a todo el esfuerzo que cada administración le dedique a crear, ahora si, la institución que pueda enfrentar los retos de seguridad presentes y futuros del país.
La Policía Federal, al igual que la Guardia Nacional, se creó por el esfuerzo de funcionarios convencidos de la reforma en el sector de seguridad y la necesidad de tener una policía que se asemejara al Buró Federal de Investigaciones, (FBI por sus siglas en inglés), para enfrentar las crecientes actividades criminales y en especial, casi únicamente, el narcotráfico.
El cuerpo que la suple, o más bien la absorbe, la Guardia Nacional, nace con la misma convicción y compromiso de los funcionarios públicos quienes piensan que la base del nuevo cuerpo de seguridad debe basarse en la única institución nacional capaz de enfrentar la violencia y la criminalidad en el país: las fuerzas armadas.
Las dos diferentes ideas sobre la forma en que se debe de gestionar los retos y las amenazas a la seguridad en México tienen sentido. La aspiración de tener un cuerpo civil con capacidades nacionales, profesionalizado bajo estándares internacionales, con grandes instrumentos tecnológicos, preventivo y de investigación, como lo es el FBI, es un sueño de más de la mitad de los gerentes policiales del planeta.
Mientras que contar con un cuerpo incorruptible, con poder de fuego, capacidades de despliegue nacional, cercano a la población y con altos niveles de confianza, suele ser, también, un sueño y una necesidad en naciones con déficit democrático, instituciones débiles y altos niveles de corrupción e impunidad como México.
Por desgracia, tanto la Policía Federal como la Guardia Nacional, tienen grandes limitaciones. El modelo de FBI de los Estados Unidos América implica un nivel de desarrollo inexistente en México, se basa en serias y capaces instituciones locales, que en algunos momentos y temas específicos necesitan del apoyo de una institución federal robusta, profesional y altamente calificada, complementa por más de una decena de instituciones de seguridad e inteligencia nacionales e internacionales con capacidades únicas en el planeta; cuestión extremadamente alejada en nuestro país.
Las inversiones billonarias realizadas por el Estado mexicano durante al menos 12 años y los recursos de la Iniciativa Mérida del gobierno de los Estados Unidos de América no fueron suficientes para detener la criminalidad con la Policía Federal. Los modernos sistemas de información, capacitaciones internacionales, vehículos terrestres, armamento y artefactos aéreos de primer nivel, fueron insuficientes para crear una institución de seguridad acorde a las necesidades y que pudiera hacer frente al creciente poder de las organizaciones de narcotraficantes.
La Guardia Nacional, con recursos limitados y, aparentemente, ajena al diseño institucional de la Policía Federal nace con aparentes solidas bases de rectitud, lealtad y valores de los elementos de las policías militares y navales, en conjunto con la incorporación de los elementos de la extinta Policía Federal. La Guardia Nacional con un diseño singular, diferente a las tradicionales Gendarmerías o Guardias Civiles que han tenido éxito en regímenes democráticos, es el cuerpo que tendrá al menos un sexenio para crearse y consolidarse como respuesta a la violencia y criminalidad, un gran reto político y administrativo.
El poder y capacidad de fuego, la presencia y la fuerza, muy posiblemente en un principio amedrentará a los presuntos criminales, con la consecuente disminución de los altos niveles de violencia. Sin embargo, las actividades criminales, como no sea por el trabajo que realiza la Unidad de Inteligencia Financiera en contra de ellas, proseguirán su camino sin grandes dificultades superando a una institución, la Guardia Nacional con reducidas capacidades de investigación, en proceso de construcción y consolidación y bajo vigilancia extrema de actores nacionales e internacionales.
A futuro, independientemente de avance de los próximos 5 años, tendremos que proseguir en la construcción y consolidación de una institución de seguridad, que como ya vimos en el caso de la Policía Federal no tarda menos de una década. Ahora bien, un camino tenemos andado y no es difícil imaginar que la transformación de la Guardia Nacional implique la también creación de una Policía Nacional, con un mando unificado, civil, bajo el que convivan las capacidades paramilitares de una Guardia, con las policiales de prevención e investigación del delito.
Este escenario, idóneo para un régimen democrático con grandes retos de inseguridad y altos niveles de violencia como el mexicano, cumpliría y conciliaría los sueños de varias generaciones de gestores de la seguridad, contar con una suerte de FBI y una Guardia, que en conjunto pudieran ayudar a implementar un modelo policial moderno capaz de controlar el orden, dar confianza a los ciudadanos, prevenir y perseguir los delitos y fortalecer el estado de derecho, algo que hasta el momento es inexistente.
En lo que llega ese momento, no queda más que tener la esperanza de que la Guardia Nacional ayude a disminuir la violencia, que los diversos actores políticos y ciudadanos se tomen en serio su responsabilidad y papel en la construcción de seguridad y que en conjunto se trabaje en crear un sistema de seguridad moderno, democrático y a la altura de las circunstancias para que en un futuro no muy lejano el país pueda decir que el esfuerzo ha valido la pena y presumir un modelo exitoso en la lucha contra las actividades criminales.
Fernando Jimenez Sánchez es investigador CONACYT y de El Colegio de Jalisco. Politólogo y Doctor en Análisis y Evaluación de procesos Políticos y Sociales por la Universidad Carlos III de Madrid y máster en Análisis y Prevención de Terrorismo por la Universidad Rey Juan Carlos.
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