El desarrollo tecnológico de las últimas décadas conectó en tiempo real a esta llamada aldea global y abrió las puertas para conocer lo que acontece al otro lado de planeta en el mismo instante, revolucionando nuestra forma de interpretar la realidad al acceder a información que hasta ese momento nunca habíamos imaginado.
Este “presentismo”, como lo llamaría Martín Serrano, alcanzado por el desarrollo tecnológico que nos permitió ver a través del televisor los sucesos cuando ocurrían, se potenció con el acceso a Internet, que con su hipertextualidad, abrió la puerta para que cualquier persona sea un instrumento más de mediación no sólo de lo que ocurre, sino también agregando su propia interpretación de los hechos.
A partir de esa habilidad, cualquier persona es capaz de crear productos comunicativos que en algunos casos, más que enriquecer el entorno informativo, deforman la realidad, generan confusión y crean situaciones de riesgo, con noticias totalmente falsas que han sido llamadas “fake news”.
Estos populares mensajes nacieron a la par que los medios de comunicación y ahora están presentes sobre todo en las llamadas redes sociales que van desde Facebook, Twitter, Whatsapp o Snapchat, entre otros que surgen a diario, donde una de sus características son mayor información a mayor número de personas.
“A diferencia de los medios tradicionales, se favorece un modelo de comunicación horizontal en el que la información fluye prácticamente con toda libertad, pues al no existir una reglamentación sobre su uso (salvo en caso de pornografía, venta de enervantes, armas, etcétera) la única regla es que no hay reglas”[1], señaló Felipe Chao.
Hasta hace algunos años estas “noticias falsas” las leíamos sólo en diarios de poca monta, algunos de los cuales pese a sus mentiras llegaron a obtener grandes ganancias, así como también importantes demandas.
La expansión de las noticias falsas se ha convertido en una epidemia y tema de seguridad que obliga a estudiarlas de manera más exhaustiva para entender su lógica y generar mecanismos, instituciones o fuentes informativas en las que los actores-receptores confiemos.
“El problema es cómo conseguir llegar a la información relevante, cómo distingues la basura de lo relevante”, comentó el filósofo polaco Z. Bauman[2] en una entrevista en la que aborda la contaminación informática.
Common Sense Media[3] afirmó en un estudio publicado por la prensa que 56 por ciento de los adolescentes, entre 10 y 18 en Estados Unidos, no puede diferenciar entre las noticias falsas y verdaderas. Al mismo tiempo tienen como fuente confiable a la familia (66%), maestros y otros adultos (48%), agencias información (25%) y amigos (17%).
El escenario se complica cuando las fakes news son más difundidas que las notas reales, como aseguró el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT)[4] tras revisar 126,000 mensajes en Twitter elaborados por tres millones de personas entre 2016 y 2017, dando énfasis a los retuiteados.
“Los autores descubrieron que las noticias falsas tenían un 70% más de probabilidades de ser retuiteados y que su difusión alcanzaba entre 1,000 y 100,000 personas, en contraste con las informaciones verdaderas, que raramente superaban la barrera del millar de usuarios”[5].
Como lo explica Felpe Chao[6] “realidad y percepción se han mezclado de tal forma que (…) en política la percepción se convierte en realidad”. Esto con base en que toda comunicación es política y busca incidir en la percepción de quienes la reciben, a fin de “orientar e influir en los destinatarios para conseguir su adhesión, consentimiento u probable comportamiento hacia objetivos previamente prestablecidos”[7].
El mismo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es un ejemplo de esta afirmación, quien desde su campaña presidencial lanza mensajes de manera muy ligera, muchas veces falsas, generando confusión y creando realidades falsas, lo que paradójicamente ha contribuido a su popularidad.
Ejemplos sobran como cuando involucró al padre del senador de Texas, Ted Cruz, en el asesinato del presidente John F. Kennedy; al hablar sobre la tasa de desempleo en Estados Unidos, o cuando acusó a su antecesor Barack Obama de haber puesto escuchas telefónicas en su su vivienda durante el procesos electoral, entre otros temas.
Influir en la opinión pública es el reto de cualquier estratega de comunicación en procesos electorales o crisis, sin importar los tipos de mensajes o sus contenidos, siempre y cuando tengan lógica para ser aceptados como realidad. El dilema consiste en la posibilidad de discernir entre las notas falsas y reales, donde la fuente que emite la información se convierte en un punto nodal para este proceso.
Algunos gobiernos como el Malasia han manifestado su preocupación al tema y recientemente su Congreso aprobó una legislación que prohíbe la divulgación de noticias falsas, castigando no sólo al emisor, sino a quienes la compartan con “intensiones maliciosas”[8], ley que seguramente generará polémica pues podría también ser usada para coartar la libertad de expresión.
Las fakes news son un tema de seguridad debido a que tienen la capacidad de afectar intereses internacionales, nacionales, públicos o privados. En el ámbito en el que trabajamos, las fake news pueden afectar el curso democrático de una elección, manipulando la percepción que tenemos del adversario, creando caos en una ciudad tras una falsa alarma, enardecer a una turba a partir de un rumor, generar masas críticas sobre ideas falsas o afectar la reputación de una organización o un individuo, entre otras manifestaciones.
La existencia de estas informaciones falsa evidentemente genera un espacio de duda, haciendo que cualquiera de nosotros pudiéramos tomar una decisión a partir de supuestos falsos, cuyas consecuencias podrían ser inimaginables, sin ser catastrófico.
Es por ello que contar con información emitida por fuentes que garanticen ecuanimidad, equilibrio y responsabilidad es un tema que los Estados y gobiernos deberían retomar y discutir como tema de seguridad, como ya ha ocurrido en otros momentos de la historia.
El surgimiento de las agencias informativas desde mediados del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, son un ejemplo de cómo este tema era considerado de seguridad para los gobiernos. Después de la Segunda Guerra Mundial y particularmente con el auge de la guerra fría, muchos países, sobre todo del llamado Tercer Mundo, impulsaron sus agencias locales como forma de normar la información y presentar datos que algunos omitían.
Impulsar entes informativas que garanticen la seguridad al lector, no es buscar coartar la libertad de expresión, pues estas fuentes pueden ser independientes y sin relación con el Estado. Lo que se necesita es que el Estado apoye esfuerzos que garanticen esa “honestidad informativa”. Ante el vacío jurídico y la nebulosa nube informativa en la que andamos, las fuentes originales se convierten en punto de referencia para el lector.
Mantener informada a una sociedad es una obligación del Estado, así como la necesidad de un periodismo que investigue y aborde temas de interés común, develando irregularidades que ocurren en la sociedad y en las instancias de gobierno.
Es cierto que no existe un criterio único sobre la realidad, pues este se construye a partir de la información a la que accedemos, pero el actual exceso de información al que somos castigados, exige a las autoridades revisar la posibilidad de crear instancias generadoras de información comprobable y en la que el lector tenga la confianza.
Por ello hoy no estaría mal revisar el papel de contar con un medio del Estado, plural y con independencia que enfrente ese exceso de fuentes información que manipula la realidad, impide que haya arraigo de los mensajes y lleva a las sociedades a una desinformación constante sobre lo que ocurre a su alrededor.
Promover una mayor información para las personas se ha convertido en un tema de seguridad, sobre todo en momentos claves como el actual proceso electoral que vivimos en México.
Aunque la seguridad podría parecer una palabra lejana en el tema de la comunicación y sobre todo comunicación política, en los tiempos actuales es urgente la necesidad para que la población, más allá de la lluvia informativa que recibe, tenga acceso a certificados de confiabilidad que le permitan forjar una opinión pública clara o más apegada a la realidad.
Miguel Ángel López Rojas. Colaborador en CIS Pensamiento Estratégico, Consultor en comunicación institucional, periodista e investigador en temas de seguridad. Así mismo es Investigador Asociado del Centro de Estudios Expediente Abierto de Nicaragua.
[1] Chao,, Naveja y Anzaldo, Comunicación Política 2.1 Modelo para armar, Ed. UNAM, Mexico, p. 39
[2] Bauman, Zygmunt, “Ahora se que el exceso de información es peor que la escasez”, entrevista publicada por Blog Sociologia y Actualidad, recuperada de internet el 04/04/18 de https://ssociologos.com/2012/09/04/zygmunt-bauman-ahora-se-que-el-exceso-de-informacion-es-peor-que-su-escasez/?fb_action_ids=10153298986518520&fb_action_types=og.likes
[3] ¿’Fake news’ o noticia real? Los jóvenes no lo distinguen, diario El Financiero, recuperada de internet el 04/04/18 de: http://www.elfinanciero.com.mx/internacional/los-adolescentes-en-eu-no-saben-distinguir-entre-fake-news-y-noticias-reales
[4] La ciencia que hay detrás del éxito de las ‘fakes news ‘, diario El País, recuperada de internet el 04/04/18 de: http://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2018/03/08/5aa17b4f468aeb01768b465d.html
[5] Op. Cit.
[6] Chao,, Naveja y Anzaldo, Comunicación Política 2.1 Modelo para armar, Ed. UNAM, Mexico, p. 11
[7] Op. Cit. p. 13
[8]El gobierno de Malasia busca prohibir las ‘noticias falsas’, diario The New York Times, recuperada de internet el 04/04/18: https://www.nytimes.com/es/2018/04/05/noticias-falsas-malasia/